jueves, 26 de enero de 2012

El Otro Futbol (y III)


Por ANDER  IZAGUIRRE (Revista "NUESTRO TIEMPO", nº 662, mayo-junio 2010).




El balón del Mundial de Sudáfrica rueda por céspedes relucientes, en estadios abarrotados, dirigido por los futbolistas más selectos, atrayendo la mirada de miles de millones de personas. Pero ese balón es en esencia, el mismo que da botes imprevisibles en los campos de tierra del Chaco boliviano, en los arenales del Sáhara o en los hielos de Groenlandia. El fútbol ofrece sus aportaciones más valiosas en esas canchas remotas, lejos de los focos.




GROENLANDIA
Fútbol para respirar en el hielo

Los inuit quieren vivir en el mundo globalizado pero a menudo se sienten presos en el país del hielo. El fútbol es una de las ilusiones a las que aferrarse.

Con el deshielo de primavera, en la aldea de Kulusuk (Groenlandia oriental) brotan los objetos sepultados durante meses: trineos, juguetes, pedazos de focas descuartizadas… y un balón descascarillado. Aún quedan un par de metros de nieve en la explanada cercana al puerto, de manera que los futbolistas locales siguen entrenándose en el salón comunitario que durante los fines de semana acoge los bailes y las fiestas. Allí celebran partidillos muy adecuados para ganar habilidad: los jugadores se apelotonan y tratan de conducir el balón entre un bosque de piernas rivales, rebotándolo contra las paredes y con cuidado para no reventar las ventanas.   El fútbol abre un pequeño respiradero a los adolescentes inuit que se sienten atrapados en este país de hielo. Cuando se les pregunta qué quieren hacer de mayores, algunos responden que desean ser millonarios y marcharse a Dinamarca.

Hace sólo cincuenta años, los abuelos de estos futbolistas formaban tribus de cazadores prehistóricos. Entre los espectadores veteranos de la Liga groenlandesa encontramos personas que nacieron sobre rocas durante las migraciones estivales, dedicaron la juventud a deslizarse con trineos, remar en kayaks y cazar con arpón, vivieron en tiendas de cuero y soportaron los inviernos hacinados en cabañas de piedra, reparando herramientas y escuchando leyendas sobre los espíritus del hielo. A mediados del siglo XX, Copenhague obligó a los nómadas a establecerse en asentamientos fijos para proporcionarles servicios médicos, escuelas y provisiones. El Estado del bienestar acabó con la tuberculosis y las hambrunas. Pero produjo un desgarro brutal en la sociedad inuit.

Los cazadores se vieron recluidos en casas prefabricadas, con muebles, televisores y calefacción de gasóleo, sostenidos por los subsidios daneses pero con la vida truncada. El dinero fácil, el aburrimiento y las depresiones desembocaron en un consumo disparatado de alcohol. Y en los años setenta, una plaga de suicidios juveniles devastó las poblaciones groenlandesas. Eran los hijos y las hijas de los nómadas sedentarizados, chavales que padecieron infiernos domésticos con borracheras, palizas y abusos sexuales.

La situación mejoró con los años pero las estadísticas siguen ofreciendo un panorama escalofriante: Groenlandia registra una tasa de suicidios tres veces mayor que las de los países más suicidas y, según un estudio de 2008, el 25% de las chicas y el 17% de los chicos de 15 a 19 años habían intentado quitarse la vida alguna vez. Además de los dramas familiares, sufren otras frustraciones: se asoman a un mundo moderno, desarrollado, occidental, al que no pueden acceder. Muchos estudiantes han veraneado en Islandia, han estudiado en Dinamarca, han conocido los centros comerciales, los estadios, los conciertos, los restaurantes, navegan por internet, ven televisiones internacionales, sueñan con estudiar, montar un negocio, desarrollar una carrera; pero luego se ven encerrados en aldeas minúsculas, en un aplastante mundo de hielo.

Las autoridades de Groenlandia saben que el futuro de la isla pasa por desarrollar la educación, crear nuevos oficios, ofrecer vías para que los jóvenes sean creativos y se construyan un futuro en su propio país.

Mientras tanto, el fútbol echa una mano. El poblado de Kulusuk, de apenas 300 habitantes, tiene una de sus alegrías en el TM-62, el modesto equipo que en 2007 logró la hazaña de superar las dos fases regionales y viajar a Nuuk, la capital, para disputar la fase final del campeonato groenlandés contra los equipos más importantes de la isla. Un poco antes de que empiece el entrenamiento en el salón de baile, los chavales muestran con orgullo la estantería de los trofeos. Una niña enseña el retrato de su jugador favorito, que ha dibujado en el cole. Y el entrenador relata aquel maldito cruce de semifinales con el Nagdlunguaq-48 de Ilulissat, equipo diez veces campeón del torneo groenlandés, en el que cayeron eliminados por un penalti injusto.