Por ANDER IZAGUIRRE (Revista "NUESTRO
TIEMPO", nº 662, mayo-junio 2010).
El balón del Mundial de
Sudáfrica rueda por céspedes relucientes, en estadios abarrotados, dirigido por
los futbolistas más selectos, atrayendo la mirada de miles de millones de
personas. Pero ese balón es en esencia, el mismo que da botes imprevisibles en
los campos de tierra del Chaco boliviano, en los arenales del Sáhara o en los
hielos de Groenlandia. El fútbol ofrece sus aportaciones más valiosas en esas
canchas remotas, lejos de los focos.
GROENLANDIA
Fútbol para respirar
en el hielo
Los inuit quieren vivir en el mundo globalizado pero a
menudo se sienten presos en el país del hielo. El fútbol es una de las
ilusiones a las que aferrarse.
Con el deshielo de primavera, en la aldea de
Kulusuk (Groenlandia oriental) brotan los objetos sepultados durante meses:
trineos, juguetes, pedazos de focas descuartizadas… y un balón descascarillado.
Aún quedan un par de metros de nieve en la explanada cercana al puerto, de
manera que los futbolistas locales siguen entrenándose en el salón comunitario
que durante los fines de semana acoge los bailes y las fiestas. Allí celebran
partidillos muy adecuados para ganar habilidad: los jugadores se apelotonan y
tratan de conducir el balón entre un bosque de piernas rivales, rebotándolo
contra las paredes y con cuidado para no reventar las ventanas. El
fútbol abre un pequeño respiradero a los adolescentes inuit que se sienten
atrapados en este país de hielo. Cuando se les pregunta qué quieren hacer de
mayores, algunos responden que desean ser millonarios y marcharse a Dinamarca.
Hace sólo cincuenta años, los abuelos de estos
futbolistas formaban tribus de cazadores prehistóricos. Entre los espectadores
veteranos de la Liga groenlandesa encontramos personas que nacieron sobre rocas
durante las migraciones estivales, dedicaron la juventud a deslizarse con
trineos, remar en kayaks y cazar con arpón, vivieron en tiendas de cuero y
soportaron los inviernos hacinados en cabañas de piedra, reparando herramientas
y escuchando leyendas sobre los espíritus del hielo. A mediados del siglo XX,
Copenhague obligó a los nómadas a establecerse en asentamientos fijos para
proporcionarles servicios médicos, escuelas y provisiones. El Estado del
bienestar acabó con la tuberculosis y las hambrunas. Pero produjo un desgarro
brutal en la sociedad inuit.
Los cazadores se vieron recluidos en casas
prefabricadas, con muebles, televisores y calefacción de gasóleo, sostenidos
por los subsidios daneses pero con la vida truncada. El dinero fácil, el
aburrimiento y las depresiones desembocaron en un consumo disparatado de
alcohol. Y en los años setenta, una plaga de suicidios juveniles devastó las
poblaciones groenlandesas. Eran los hijos y las hijas de los nómadas
sedentarizados, chavales que padecieron infiernos domésticos con borracheras,
palizas y abusos sexuales.
La situación mejoró con los años pero las estadísticas
siguen ofreciendo un panorama escalofriante: Groenlandia registra una tasa de
suicidios tres veces mayor que las de los países más suicidas y, según un
estudio de 2008, el 25% de las chicas y el 17% de los chicos de 15 a 19 años habían intentado
quitarse la vida alguna vez. Además de los dramas familiares, sufren otras
frustraciones: se asoman a un mundo moderno, desarrollado, occidental, al que
no pueden acceder. Muchos estudiantes han veraneado en Islandia, han estudiado
en Dinamarca, han conocido los centros comerciales, los estadios, los
conciertos, los restaurantes, navegan por internet, ven televisiones
internacionales, sueñan con estudiar, montar un negocio, desarrollar una
carrera; pero luego se ven encerrados en aldeas minúsculas, en un aplastante
mundo de hielo.
Las autoridades de Groenlandia saben que el futuro
de la isla pasa por desarrollar la educación, crear nuevos oficios, ofrecer
vías para que los jóvenes sean creativos y se construyan un futuro en su propio
país.
Mientras tanto, el fútbol echa una mano. El poblado
de Kulusuk, de apenas 300 habitantes, tiene una de sus alegrías en el TM-62, el
modesto equipo que en 2007 logró la hazaña de superar las dos fases regionales
y viajar a Nuuk, la capital, para disputar la fase final del campeonato
groenlandés contra los equipos más importantes de la isla. Un poco antes de que
empiece el entrenamiento en el salón de baile, los chavales muestran con
orgullo la estantería de los trofeos. Una niña enseña el retrato de su jugador
favorito, que ha dibujado en el cole. Y el entrenador relata aquel maldito
cruce de semifinales con el Nagdlunguaq-48 de Ilulissat, equipo diez veces
campeón del torneo groenlandés, en el que cayeron eliminados por un penalti
injusto.